Natalia trabajaba de dependienta en la farmacia “El ganglio feliz”. A veces, pa’ salir de la rutina cambiaba las pastillas de blister poniendo excitantes en las de los cardiacos, viagra en la de algunos sacerdotes, purgantes para los diarreicos y viceversa... En esas entró en la farmacia una muchacha japonesa vestida de colegiala que chupaba con fruición un caramelo. Era un sonido asqueroso, pero atraía la atención de la distrofica Natalia de forma obsesiva. Sintió como se le humedecía la nuca y el hoyo del ombligo de puro nerviosismo; -Dame un pedacito del caramelo, anda…-le dijo Natalia a la japonesa. Esta chupó con más fuerza el dulce en su boca, haciendo más ruido chupeteador para obsesioná aún más a la niña mochuela; -No, es mío y no te doy. -Si me das un pedacito…-dijo Natalia y pensó qué ofrecerle de interés a la muchacha orientá. Sus ojos verdiazules se movían como una bombilla sola colgá de una cable de la luz un día ventoso-, cucha, te bailo como voy a hacer...